[Enviado el 17/11/2011 a las 18:17 a Helena]
17:20
Se me acercó al trote, ligero. Era blanco - roto con huevo, que diría mi madre - y de pelo corto, con las orejas caídas y la mirada entornada. Largo, como su cola, que bamboleaba hacia arriba y ambos lados. Se paró frente a mí y se sentó, observándome. Yo no tenía ganas de detenerme, llevaba casi cuatro horas de caminata y la mochila empezaba a pesarme. Pero no quise eludir la conversación de miradas, él y yo girando nuestros cuellos, interrogándonos por nuestras intenciones. Yo le dije que buscaba un apeadero para coger un tren hasta el pueblo pesquero que esa mañana había elegido en el mapa. Y él... En fin, él, supongo que solo se entretenía viendo a un extraño... Nunca he sido bueno adivinando el pensamiento de los perros. Ni de las personas.
Cuando volví a mirar al frente, me sobresalté al encontrar otra mirada - porque, en efecto, di un salto más que un paso. Debajo del quicio de la puerta de la cabaña había un hombre: un viejo con los ojos fijos y el cuerpo quieto. Sus cejas, sus brazos, sus piernas, inmóviles. Incluso su cuello. De pronto, pensé en una película de artes marciales y en el anciano avanzando hacia mí con sus brazos adelantados, dispuesto a soltarme un golpe. Pero, a la vez que lo pensaba, mis pies se dirigían inevitablemente hacia la casa y mis manos buscaban en el bolsillo la libreta y el lápiz.
El hombre no cambió su figura hasta que no le mostré el dibujo de un tren, con su columna de humo y todo a pesar de que ya no estábamos a principios del siglo pasado. Lo miró con sus ojos entornados - el amo se parecía al perro - y sus labios parecieron moverse. Tanto, que, al final, de su boca acabó saliendo una palabra corta, como un chasquido, acompañada de un gesto con el brazo y un dedo que me señalaba el camino que seguía hacia el este, entre campos de cultivo. Sonreí y le di las gracias inclinando mi cuerpo hacia delante. Él sonrió, haciendo el mismo gesto y yo acabé por responder con otro, agitando la mano a modo de despedida. Siempre me ha gustado ser educado.
Continué la marcha, contento, mirando los árboles, silbando por dentro. Me había levantado a las siete e iniciado el camino una hora después. Así que, por cálculo, me dije que la posición que ocupaba el sol entonces debía de ser la más alta en esta época del año. Ese pensamiento me entretuvo durante un rato, pues al paisaje horizontal añadí el vertical, observando a cada rato el lugar de donde venían los rayos solares. Sin embargo, el pasatiempo duró hasta una hora después, cuando, de repente, mi cabeza se apagó y una pregunta apareció en mi cara: ¿cómo demonios se dibujaría "cuánto tiempo falta" en japonés?
18:12
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